martes, 7 de abril de 2009

del Guadalquivir al nalón

Antes que nada, comienzo estas líneas con una mala noticia, esos que decían que en los trenes AVE y Altaria o ALVIA disponían de conexión wifi se equivocan, esta es la primera entrada que se publica fuera de Sevilla en los seis meses de vida y ha sido redactada previamente, ante la carencia de una conexión inalámbrica a Internet en los dos trenes que he cogido para llegar a mi destino. Esto llevan anunciándolo desde el año 2005. Eso sí, un punto a favor para la RENFE, pues en ambos ferrocarriles, no he tenido que compartir asiento; esto podemos verlo como una desgracia si nos aburrimos como una ostra, o una suerte, que es como yo lo miro, pues así puedo utilizar el otro asiento de portaobjetos para colocar la mochila, el libro, la sudadera y la botella de agua

Avanzamos ahora por tierra de campos, muy cerquita de Saagún, en pleno camino francés a Santiago; la provincia de Palencia, ha quedado atrás para dar paso a la de León, antesala de Asturias. El viaje está resultando de lo más entretenido, aunque tampoco estoy haciendo nada fuera de lo normal; ya he olvidado cuantas veces he hecho este trayecto eso sí, es la tercera que lo hago en 8 horas, gracias al milagro de la alta velocidad entre Sevilla y Valladolid. También reseño que ya es la tercera o cuarta vez que no opto por sacar la radio, pues el dial de Castilla y León está muy desierto, además de que lo que más puedes escuchar en un tren si enciendes el transistor son interferencias provocadas por los cables que van por encima de la vía. Entre pasaje y pasaje de Historias de Londres de enric González, tengo tiempo para pensar y me vienen ahora a la memoria aquellas ilusiones infantiles por viajar, empezando por aquella noche sin dormir cuando me invitaron a ir a Valverde de Llerena, un pueblecito muy cerca de Las navas para cobrar el dinero de la venta de unas ovejas. Por aquél entonces, contaba con unos nueve o diez años y era la primera vez que salía de Andalucía. Después Valverde no fue para tanto, un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz con un par de calles, cuatro casas y el silencio roto por cencerros del ganado que pastaba a las afueras. Ese mismo gusanillo volvió cuando mi abuelo me propuso ir a Almuradiel, un pequeño pueblecito de la provincia de Ciudad Real justo después de bajar Despeñaperros. Al final ese viaje quedó en nada, llegamos tarde y nos quedamos en tierra. Luego mi mayor ilusión fue montar en Ave, para hacerla realidad empecé a llenar un cerdito ucha que trajo mi hermano de uno de sus viajes como rayolista de Roca. Tampoco pudo ser, tuve que conformarme con ver el tren rápido por dentro parado en Santa Justa en una jornada de puertas abiertas que se hizo para celebrar un aniversario, pues la impaciencia me llevó a romper la ucha y a gastar ese dinero en no recuerdo qué; bueno, ahora que recuerdo, al final para quitarme el gusanillo fuimos a Córdoba a pasar el día y visitar a la familia de allí.

Desde entonces creo que no volví a tener más gusanillos, quizá porque llegó la mala racha a casa y no pensaba en otra cosa que viajar profundizando al centro de la pena, algo así como el viaje al centro de la tierra de Julio Verne pero en triste pues analizando aquellos años, sólo buscaba el culmen de la amargura al que por suerte, nunca llegué. Volvieron los buenos momentos y sin proponérmelo, comencé a viajar como siempre me habría gustado, teniendo como principal vehículo la Alta Velocidad, para conocer Madrid, uno de mis sueños, o bien para continuar viaje como hoy sucede. Y volviendo a los sueños, quería conocer Madrid, ciudad en la que estuve tres años y bueno, no dejo de reconocer que me defraudó igual que Valverde de Llerena. Como gran ciudad prefiero mil veces Barcelona, urbe apta para personas que no se orientan bien con muchos más rincones con encanto donde perderte. En 10 años a lo tonto he conocido casi toda España, sólo me falta la parte norte con Cantabria, país Vasco, Navarra y Lla Rioja, además de las baleares. Me muero de ganas por volver a Galicia, para conocer más a fondo la costa y Barcelona, ciudad a la que guardo un especial cariño quizá porque fui con dos meses al médico.

Si hace un rato decía que no estaba cansado del viaje, ya empiezo estarlo. León quedó atrás y el tren avanza penosamente para subir el puerto de pajares, quizá por lo que cuesta subirlo, tienen tanto arraigo a su tierra los asturianos, o quizá por esta orografía tremenda, hace unos siglos los musulmanes no pusieron tanto empeño en llegar a estos parajes tan espectaculares del norte. Me llama la atención como todo el mundo se extraña al saber que huyes de Sevilla en plena semana santa, con la importancia que tienen estas fiestas en la ciudad del Betis y la Cruz Campo. Pasar la semana santa en Sevilla y no ver pasos es condenarte a estar una semana encerrado en casa, algo muy recomendable si preparas oposiciones, o ultimas una tesis doctoral. Eso sí, no es recomendable en los descansos de ese trabajo de encierro encender la radio o la Televisión si no aguantas las cofradías, los altavoces del receptor se inundarán de cornetas y tambores, saetas y llamadas de capatás. Raro es la emisora que no está en la calle narrando el discurrir cofrade por gran parte de la ciudad.

Mi relación con lo cofrade es extraña, por un lado siento una gran emoción con el fervor popular: las saetas, las marchas que en cualquier época del año me emocionan, el chirriar del movimiento de un paso o la llamada de un capataz dedicando la levantá a alguien que no pasa por buenos momentos son algo que con el olor de la primavera, empiezo a echar en falta pero en su justa medida. Cuando paso muchas horas con la misma cantinela, mi cuerpo y mi mente se agotan y eso tan preciado pasa a ser un suplicio como un redgaheton a toda pastilla durante mucho rato entrando por la ventana de mi casa. Por eso, aunque me guste el arte cofrade y las tradiciones de mi ciudad, sin comulgar mucho con la religión y cada vez menos, prefiero dosificarme el placer que te da sentir unas emociones tan intensas, por eso, hoy doy comienzo a mis vacaciones que me tendrán en un estado de semidesconexión debido a la deformación profesional periodística. Si este año no puedo disfrutar igual de la semana mayor sevillana, otro año tendré tiempo de empacharme. De momento, el Guadalquivir quedó lejos, muy lejos, ahora empezaré de nuevo a echarlo de menos y a quererlo más. Mientras, el Caudal se acerca para dar paso al Nalón donde en sus orillas, tengo mi otra residencia por una semana, y donde gracias a la buena compañía intentaré volver a ver las cosas como no hace mucho las veía. De momento, os anticipo con el fondo de los chirridos que emite este tren que se asemejan mucho al roce de una barca por la arena, que mañana visitamos Radio Langreo para seguir haciendo campaña por la causa de Cristina Fanjul. Seguiremos informando, a poder ser mañana.

1 comentario:

tusitala dijo...

Si quieres cantar bien neña
y tener la voz delgada
beberás agua serena
del río Nalón de pravia.