sábado, 18 de abril de 2009

la Plaza del reloj y el puente de Karlos

hoy en nuestro tercer día en esta maravillosa ciudad, hemos optado por el que ayer fue Plan A y pasó a B por causas meteorológicas. El día amaneció algo nublado, llegando a lloviznar al mediodía. para dirigirnos a la Plaza del Reloj, fuimos andando para ir conociendo más a fondo la ciudad; también se puede coger el tranvía, pero éste te deja algo retirado y hay que callejear un poco. De camino, nos paramos en la oficina central de Correos para que Fernando y María José echasen unas cuantas postales a amigos y familiares al precio de 0,35€ cada una, que es lo que viene a costar el sello.

Al llegar a la plaza del reloj astronómico, estuvimos haciendo una primera ronda por los puestos ambulantes y retratándonos para que el recuerdo de la visita tenga constancia. Tras buscar un poco, subimos a la torre del reloj, esta visita tiene un coste de 50 Coronas Checas, lo que al cambio vienen a ser unos 2€ aproximadamente. la subida al mirador la hicimos en ascensor, que a velocidad de vértigo nos dejó arriba del todo para disfrutar de una panorámica espectacular de la plaza, a esas horas abarrotada de turistas y de la ciudad. Tras estar un rato y recorrer el balcón de forma cuadrangular, bajamos por unas peligrosas escaleras de caracol y luego por rampas muy cómodas. En la calle, vista la hora, decidimos buscar un sitio donde comer aunque todos estaban abarrotados o eran muy caros, así que finalmente tuvimos que volver a tirar de comida rápida, esta vez al Kentuky, al que yo llamo pollo frito. El menú regular, poyo frito al que se le caía el rebozado hecho con una arina algo rara y presentado en un plato de plástico como esos que se usan para la tarta de cumpleaños, un minipaquete de patatas fritas, pepsi, que no coca, y un helado. por algo menos de 200 coronas checas engañamos a nuestros estómagos para seguir adelante. Pronto podré hablaros de la comida y la bebida de aquí, a ver si mañana tengo más suerte.

Tras almorzar y tener un rato de tertulia, levantamos campo para ver de cerca el reloj astronómico, muy peculiar pues a las horas en punto, salen por unas cristaleras las figuras de los doce apóstoles. me encanta el sonido de este reloj, muy bajito pero suena a artesanal, parece que alguien está tocando la campana; los cuartos suenan durante casi un minuto, y para la hora utiliza el formato de las 24 horas aunque hoy estaba mal, pues a las 16 horas dio 15 campanadas. Cada vez que terminan los cuartos o las horas, el público aplaude. lo hemos visto dos veces para poder fotografiarlo. Entre hora y hora, hemos visitado la iglesia de TIM y comprado algunos regalillos para la familia y amigos. de paso, nos hemos parado a escuchar música checa en directo, con motivo del festival de música histórica de Praga que se celebraba hoy. la música de aquí es muy similar a la que se hace por los balcanes, con percusión, guitarra y violín. El grupo que hemos visto hoy estaba compuesto por tres personas, dos chicos y una chica y hacían canciones casi todas iguales, en escala de re la mayoría y con muchos momentos tenientes que nos hacían sonrreír.

El resto de la tarde ha transcurrido caminando ¡cuánto hecho de menos unas deportivas! primero de tiendas, luego buscando el río Moldova, para pasar por el mercado típico y luego, el PUENTE con mayúsculas. El puente de Karlo se llama así por el rey karlos IV, no confundir con el de España-. Este monarca dejó un importante legado en este país y se le homenajea siempre que se puede. Estaba en obras en su primer tramo, con lo que es un poco más estrecho; a un lado y otro podemos contemplar maravillosas esculturas de tipo renacentista, que recuerdan mucho a los grandes maestros italianos. pese al frío que hoy no se ha notado mucho pues íbamos bien pertrechados, es visita obligada este puente y pasear por los alrrededores dejando el río al lado para escuchar el rumor del agua que llega fuerte pues en la zona se produce un salto y divisar los barcos, unos turísticos y otros de recreo. El sonido de una bocina esta tarde me hizo trasladarme por un momento a las costas de Huelva.

Termino hoy esta crónica viajera con una de las mayores guarradas que he visto en años. De regreso al hotel, poco antes de llegar y tras volver a nacer varias veces por culpa de los dichosos semáforos que dejan muy poco tiempo para cruzar, tan poco que no tienen color amarillo, entramos a comprar pan para los bocadillos de la cena en una pequeña tienda de chinos (aquí también están con sus negocios de casi 24 horas). Hemos salido rápidos, pues el propietario estaba con el soplete soldando y ni se inmutó cuando nos vio entrar; a la hora de pagar, creía que salía ardiendo del olor que hacía allí dentro. Mi antojo de beberme una urkel aún sigue, aunque esta noche si todo sale bien terminaremos tomando una auténtica jarra de cerveza checa por menos de un euro

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