No es un aniversario redondo pero hoy, a diferencia de otros años lo he recordado con más intensidad. Han pasado ya 11 años de aquél día, en el que estaba en mi habitación del internado escuchando el programa de Rafael Cerro en Radio Voz. Aquella mañana, probaban el nuevo Seat Toledo en el que luego, tanto montaría en madrugadas llenas de amigos y regadas con altas cantidades de alcohol. Fue en ese momento, cuando la canción de Fools Gardens lemon tree sonaba para darle paso a la prueba, cuando la puerta de mi habitación se abrió; era Adolfo, uno de los compañeros de apartamento quién me avisó que me reclamaban en el despacho de residencia. Me pensé si ir o no, pues al principio creía que me iban a castigar por hacer o decir algo; aquél chaval, nunca traía buenas noticias y era, de aquellos que van de más listos. Al final decidí bajar, pensando que si no lo hacía, me vendrían a buscar y sería peor.
Una vez entré, el ambiente era solemne, estaban reunidos como deliberando algo. Empecé a temblar intuyendo la bronca que daría paso al castigo; no tuve que esperar mucho, pues la encargada del internado en fin de semana, quiso ir al grano. “Mira Jorge, ha llamado tu madre porque tu padre ha tenido un accidente, si te quieres ir a Sevilla, salen trenes a las 2, a las 4, a las 5 y a las 6”. Lo que menos esperaba yo, era aquello. La primera reacción que tuve fue decirle que iba a llamar a mi casa a preguntar y ahora volvería. Subí de nuevo a mi dormitorio y marqué; en casa, cogía el teléfono todo el mundo menos mi madre y nadie hablaba mucho. Al ver aquello decidí sin pensarlo más, coger un AVE. Avisé a mis amigos de lo que ocurría y nos preparamos para la comida especial en honor a Santa Lucía: langostinos pelados, cordero, sopa y pasteles. No quise correr demasiado y ahora, pienso que es lo mejor que hice; aquella comida, dentro de mi inquietud, me supo a un fuerte abrazo de esos que te transmiten mucho ánimo de parte de todos los allí presentes, para ayudarme a superar lo mejor posible el mazazo que me aguardaba al subir la rampa de Santa Justa. Cuando me percaté que el colegio pagó el taxi hasta atocha y el billete del tren, algo me hizo pensar que aquél accidente podría ser más que eso. El viaje de 2 horas y medias fue largo, eterno diría yo. Sentí ganas de bajarme a empujar para llegar antes.
Al fin, a las 6 y media, llegamos; no tenía cuerpo de observar la diferencia con la capital de España, de alegrarme por estar en mi tierra a la que había empezado a querer desde hacía 3 meses, cuando me marché por voluntad propia. Subí de la vía, y allí estaban mi hermano y mi madre. De mi boca, salieron las típicas preguntas “¿qué ha pasado? ¿cómo está? ¿Es grave?”. Y la más estúpida de todas: “¿en qué hospital está”?. Se hizo un silencio que pudo parecer eterno y llegó la respuesta: en el cementerio. Puede parecer duro pero también lo veo comprensible contestar así, pues son situaciones en las que no puedes, por mucho que lo intentes, medir tus palabras para no hacer daño. Digas lo que diga, esa respuesta, quedará grabada en quién pregunta para toda su vida. ¿Y ahora qué?, fue la siguiente pregunta luego, luego… vienen muchos recuerdos sueltos e inconexos como si de un sueño se tratase. Llegué a casa y no recuerdo bien como fue todo creo, que era como una especie de situación de tanatorio; mucha gente, se charlaba, se tomaba café, los móviles que empezaban a estar presentes en nuestras vidas sonaban, (algunos con canciones navideñas incluidas por el fabricante) y creo que incluso, hubo algún momento en el que reímos todos. Mis recuerdos vuelven a conectarse cuando nos quedamos sólos y yo me pregunté que hacer. Decidí que lo mejor era acostarme para dormir y no pensar. Aquella noche, no quería dormir sólo; sentí mucho frío, dentro y fuera de mi cuerpo. La pregunta del ¿y ahora qué? Seguía resonando en mi cabeza mientras en la radio, Gaspar Rosety acababa de terminar de narrar el barça con no se quién y los aficionados gritaban ¡núñez dimisión!. Aquella algarabía turbó aún más mi ánimo y decidí apagar y dar media vuelta. En seguida quedé dormido, con un sueño profundo como hacía mucho no tenía. Cuando desperté a la mañana siguiente, empecé una nueva vida, la que hoy sigo saboreando con tragos unos dulces y otros no tanto.
Todos los días, querido padre, me acuerdo de ti. Ya no te pido perdón por todos los errores que cometí pues se que no es necesario, pues allá donde estés tu no consideras que yo me haya equivocado. Tus consejos, tus enseñanzas, tus frases e historietas se han hecho grandes para mi y me acompañan allá donde voy, como tu fotografía en mi cartera. Si alguien ha contribuido a fortalecer los pilares de mi vida: mis sueños, mi vocación periodística o mis inquietudes culturales, ese sin duda, has sido tu. Por eso, estas línes y esta noche, van dedicadas a ti. Hoy, siento ganas de saborear el silencio para escuchar sus sonidos que se dejan ver más por estas fechas, oler sin que nada me distraiga el aire de mi calle perfumado de leña y sentir el frío, que me trae tus recuerdos. Esta noche, quiero dejarme llevar y si tu quieres, toma la palabra, celebraremos 2 días antes tu 59 cumpleaños. Entonces, el silencio tendrá sentido para mi.